domingo, 3 de junio de 2018

Patriotas del 5 jotas

Decía Hermann Hesse, que él no renegaba del patriotismo, pero que por encima de todo era un ser humano, y cuando ambas cosas resultaban incompatibles, siempre le daba la razón al ser humano.

Pues basta con leer la prensa de los últimos años y principalmente desde el nacimiento de Podemos y el resurgimiento del problema territorial catalán, para ver que la cuestión del patriotismo adjetivado se ha convertido en uno de los temas estrella de cada temporada.
Empezó tímidamente durante el aznarismo, sobre todo cuando la lacra del terrorismo hacía mella en la sociedad y aún era pronto para olvidar el franquismo, que basaba su “ideología” principalmente en la exaltación patriótica. En torno al patriotismo han hablado politólogos, historiadores, políticos, sociólogos, intelectuales y en general, otros muchos especialistas de la inteligencia social del país, que sería imposible citar en su totalidad. No seré yo quien les lleve la contraria, pero confieso que ante tanto adjetivo patriótico no pude resistir la tentación de acudir a mis viejos libros de sociología. Y es que, en estos días con la moción de censura, la cuestión del patriota ha vuelto de la mano de la lealtad constitucional y se le ha relacionado con líderes, partidos, experiencias históricas y orígenes de muy diferente pelaje. Estaba convencido de que en mis libros encontraría una definición algo más simple, con menos adjetivos, sin grandes polémicas ideológicas y fuera de la discusión en torno a su paternidad.

Muchos psicólogos utilizan la emoción y el pensamiento para distinguir entre patriotismo y nacionalismo. Si el primero se sitúa en el plano de la afectividad emocional, el segundo se coloca principalmente en el ángulo del cálculo y de la comparación racional. Es decir, el patriota solo siente emociones, mientras que el nacionalista es calculador y actúa desde un plano político y social.
A ver quién es el guapo que explica esto a un “patriota” que no ve más allá de una bandera o de una frontera territorial, el reto se me antoja imposible, principalmente visto desde el plano educacional.
El patriota es el que ama a su país, se siente orgulloso de él, está dispuesto a defenderlo y poco más, lo racional termina aquí. Inicialmente es una reacción básica, afectiva, irreflexiva, que prende en el ciudadano de forma silenciosa, inconsciente, sin darse cuenta, es una emoción dirija desde fuera de su consciencia que pocas veces o nunca se para a analizar y que está por encima de cualquier otro tipo de escala de valores.

El nacionalismo, desde el punto de vista sociológico, se mueve en el ámbito de la razón, en el esquema lógico de ordenar las cosas por su importancia y otorga a la propia nación el escalafón más elevado, y sobre todo el que le corresponde. Las democracias más avanzadas casi nunca usan el arma del patriotismo contra su pueblo, principalmente suele ser el arma de los mediocres para justificar a cualquier precio una finalidad.

El discurso es tan simple como mediocre, porque es la nación a la que uno pertenece, sea cual sea, es vista como superior a las demás, es mejor que las otras y, a veces, hasta se le concede una misión, un papel primordial en el juego de naciones. Puestas así las cosas, estamos hablando simplemente de pensamiento y de emoción. Y es aquí donde todo se vuelve más complicado. A veces, patriotismo y nacionalismo van juntos como en el caso de Norteamérica, el “America First” de Donald Trump (por ejemplo) nos recuerda a muchos dictadores. También es el caso de Albert Rivera, que durante un mitin al más puro estilo franquista menciona en más de 30 o 40 ocasiones la palabra “España” “españoles” y “patria”. Esto es solo una apelación a las emociones y al miedo, es el arma de los políticos excluyentes, que por encima de todo están sus “valores” nacionales y trasmiten que sin ellos llega el caos apocalíptico, y evidentemente esto suele calar en las personas con menor capacidad de análisis, por lo tanto, desde la sociología siempre se ha considerado uno de los mayores peligros, donde la patria siempre está por encima de pensar.


En otras ocasiones la historia impone sus propios traumas, como sucedió en el desarrollo alemán. Por eso Habermas hace terapia con el concepto de patriotismo constitucional. Incluso, en ocasiones, entre la historia y las circunstancias políticas y, también, el propio juego político, han provocado que ni la razón ni el corazón despierten sentimientos positivos o razones valiosas, como posiblemente es nuestro caso. Algo de esto han sufrido también muchos países latinoamericanos, hasta que de un tiempo a esta parte han empezado a sentir afecto, apego y orgullo positivo por lo suyo, aunque sin ningún afán de superioridad. Simple patriotismo sin casi nada de nacionalismo. También los hay muy nacionalistas, aunque de una nación distinta a la propia, al tiempo que tienen escasos sentimientos de patriotismo. Y en esta categoría entran demasiados países, avanzados y más rezagados, democráticos y menos democráticos.

Desde la sociología, hablar de patriotismo constitucional, sea para revitalizar viejos conceptos, como se le critica al Partido Popular o Ciudadanos, o sea para despertar lazos de convivencia pacífica, como se le achaca al PSOE, no es más que un mal invento para nombrar de otra forma sentimientos y creencias arraigadas en la pasada experiencia cultural de un país.
Los primeros se arriesgan a despertar viejas trilogías, dramas vetustos, anticuados y ya superados, al menos olvidados en el ámbito de la razón, claro, porque en el corazón es otro cantar. Los segundos necesitan la aceptación y aprobación de los ciudadanos y han encontrado una mina de oro en el mundo de las palabras: desde los socialdemócratas pasando por el federalismo asimétrico, hasta llegar al patriotismo constitucional. Pero creo que también juegan con fuego.
Como consecuencia, todos compiten por ser los más patriotas y los que más quieren al país, pero siempre olvidan lo importante para justificarlo, explicar por qué uno es patriota más allá de las emociones y acercándolo a la política. Creo que, si no fuera por nuestra triste historia desde de la Guerra Civil, esto sería un monstruo para España que construyen políticos que solo pueden apelar al patriotismo para ganar votos. Es la construcción del monstruo que apela a la ignorancia.
El patriotismo no suele ir de la mano del internacionalismo, al menos, no como eje principal democrático, por ello, dada la confusión generada, sería conveniente proporcionar al ciudadano unos cuantos indicadores que le permitan saber si es patriota, nacionalista, o internacionalista o las tres cosas al mismo tiempo, si es que eso fuera posible, aunque en España me parece verdaderamente imposible.

Pues bien, desde las tradicionales escalas de actitudes políticas y sociológicas, un patriota es aquel ciudadano que suele estar de acuerdo con afirmaciones como “amo a mi país”, “estoy orgulloso de pertenecer a mi país”, “aunque no estoy de acuerdo con algunas acciones del gobierno, estoy comprometido con mi país”, “pertenecer a mi país es una parte importante de mí mismo”, “es importante para un ciudadano servir a su país”, “ver izar la bandera de mi país es algo maravilloso”... No hay más explicación ni razonamiento político, posiblemente siempre digan esto los que más perjudican a su venerada patria, en España vemos como corruptos, defraudadores, artistas y deportistas perseguidos por Hacienda y políticos de medio pelo, apelan constantemente a este sentimiento, de otra forma su supervivencia resultaría imposible. También sería imposible justificar sus modelos de gobierno, sus políticas y las medidas sádicas que aplican contra los ciudadanos que representan.
Estos son los patriotas del 5 jotas.